MIS RECUERDOS ÁMBAR

Texto por MGOD

Esta historia se remonta a mi infancia, yo por aquel entonces tenía ocho años y me encantaba pasar tiempo con mi abuela. Mi abuela vivía en donde el hombre llega a pie descalzo, pocas huellas tallaban un sendero de tierra húmeda, cerca de la playa de ida y de regreso, a un kilómetro de distancia del pueblo más cercano. La verdad es que yo no necesitaba nada más.

La casa de mi abuela tenía un hermoso solar en el que acostumbrábamos a tumbarnos, mientras mi abuela me narraba hermosas historias de cómo la vida se creó, cómo el mundo y la civilización progresaron, hasta tomar la forma de lo que hoy conocemos, cómo la misma tierra sobre la que nos sentábamos escondía los secretos de otras épocas y otras civilizaciones. A mi abuela le encantaba conocer nuevas cosas, su mirada era palabra propia. Yo admiraba sus ansias de saber, me podía pasar horas enteras escuchando sus historias de cómo el mundo es mundo y de cómo sólo una pequeña luz trata de jugar con una extraña luciérnaga. Su voz era un gabinete de curiosidades y lecturas copiosas sin espacios en blanco, como sus libros forrados de gamuza blanca, pegando el forro con clara de huevo y papa cocida, pegamento usado para construir y diseñar una cometa de tres colores que nunca tuve. Gracias a ella ya no era una niña grande, sino una pequeña mujer.

Pero algo era diferente ese verano sin brisa, mi abuela carecía de energía para salir al solar. Ya no era la misma de antes, mi madre la cuidaba, mientras ella, con esfuerzo y postrada en su cama, me intentaba contar sus famosas historias. Sus labios ya no se movían como hojas de convento, era como si un agujero negro hubiera succionado toda la energía vital de mi abuela, que se apagaba por momentos.

«Qué insignificante es un día en el ojo del universo y qué inmenso un segundo en la vida de una pluma. Algún día decidirás el color de tu fuga entre el paso del tren y una rana, bajarás la cabeza con el peso que solo sabe el Merlín que habita en tu sombra», me susurró antes de dormirse, antes de la sed. Fue en una tarde de julio, ya hace varios años. Sus bellos ojos soñadores se fueron apagando. Mi abuela, luego de noches de estrellas y abundantes plegarias murió, dejando a este mundo más vacío que nunca.

Muchos pensaban que con ella murió la inteligencia. Yo no podía aceptar su muerte, por eso el día de su entierro, me escondí en el desván, entre pilas enteras de ropas y revistas viejas y tubos envueltos de gamuza cortada, más una corta fila india de lámparas de parafina provisionales para las largas horas del murmullo sublime de su voz. En uno de mis movimientos una cajita de madera se resbaló de la estantería situándose enfrente de mí. En la cajita había una nota que decía: «Para mi nieta querida». Dentro contenía una carta dirigida a mi persona. La carta decía: «Querida mía, si estás leyendo esta carta es porque ya no estoy contigo. No estés triste, no me he ido del todo. ¿Te acuerdas del cuento El buen adivinador que te conté? ¿El de Las tres hermanas? ¿O tu favorito, El diamante que odiaba al carbón? Pues, ellos al igual que yo siguen aquí. Con el paso del tiempo me convertiré en nutrientes, nutrientes que servirán para dar vida a las flores, para alimentar a los pequeños organismos que la naturaleza nos brinda. Las flores y plantas a las que alimentaré, servirán a su vez como comida para otros animales más grandes, ¿Te acuerdas de El ciclo de la vida? Tiempo atrás te conté que hay dos tipos de animales los que se alimentan de las plantas y los que se alimentan de otros animales. Pues, gracias a este ciclo yo también formaré parte de ellos. También formaré parte del agua y viajaré por nuestro planeta en forma de energía. También estaré en las nubes, y cuando llueva podrás sentirme en la lluvia. Acuérdate, la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, eso me pasará a mí. Por eso no quiero que te sientas triste, pues voy a emprender el viaje que siempre soñé aceptar. Querida, nadie tiene más sabiduría que el desierto, antes allí vivía el mar, el desierto bebió su memoria, por eso uno a uno cuento los granos de arena para hacer mi propio mar y mi silencio hará mi nueva vida. Así que no te preocupes y disfruta de la vida, disfruta del sol, de las plantas, del agua, que yo estaré feliz formando parte de mi jardín».

Desde entonces siento a mi abuela conmigo en cada día de lluvia, o en la primavera cuando las flores florecen, o cuando me sumerjo en el río en el que tan buenos ratos vivimos. O simplemente cuando me siento en el jardín recordando las viejas historias que ella me contaba bajo la luz zigzagueante de las lámparas de luces ámbar. Porque mi abuela no se fue, mi abuela sigue conmigo, aunque en otra forma diferente.

Mi abuela me enseñó muchas cosas que no olvidaré, por eso hoy escribo su historia con una lámpara de queroseno que no se apagará y la pueden leer. Ahora estoy convencida de que los cuerpos de los niños necesitan cuentos para crecer.

Ésta es una publicación de VOCES DE RÍO Y MAR, compilación de escritos y poemas de poetas y poetisas contemporáneos de nuestra región.