
Texto por SILVIO M. SOLÍS SANDOVAL
Por supuesto que no fue un cuento, si yo recuerdo, como prefería más el aserrín, antes que estrellar mis pies en el pavimento. Se solía jugar entre amigos, algunos les gustaba la lucha, a otros el fútbol – o simplemente el río. El caso es que lo solíamos practicar antes de ir a la escuela, realizar las tareas y al regresar. Yo practicaba de todo, y se me olvidaba mencionar que se jugaba dentro o al borde del río para continuar. No había un momento inaprovechado, mientras caía la pelota al agua, nos lanzábamos todos, cuando parecía inalcanzable. El hecho era entrar al agua y sentir como la piel se humedecía, con tan altas temperaturas, que para nosotros eran moderadas.
Había una hora clave a la que estábamos atentos, se trataba de los mayores en sus potrillos; las cinco de la tarde subiendo con la marea, rumbo a casa, contentos. Por lo general bogaban desde la galería hasta las veredas, y lo que no podía faltar en el camino eran cantos, poemas o cuentos. En primera fila estaban los enchuchaos, un par de mellizos contentos, que aún que muy poco se les entendía alegraban el momento. Solían responder a las preguntas con un no me enchagüe, para referirse a no le entiendo.
Luego pasaban las señoras de los manglares, vendiendo sus mariscos y cantando por otros lugares. De subida con la marea siempre estaban cantando, quizás inventando una nueva, pero currulao siempre estaba sonando. En medio de esas canciones aprendí a roncar el canalete de lado, aún que para nuestras señoras era madurez, para mí otro descubrimiento que me estaba gustando. Y lo raro no era escuchar las canciones mientras estaban bogando, lo raro era que al llegar a casa mi abuela también las estaba cantando. Comencé a pensar que mi abuela también iba antes al río, y no eran discos nuevos, pero no podía preguntar, no tenía permiso y me daba miedo.
Dejé pasar el tiempo, hasta que cumplí los doce años. Aquel momento logré ver los concursos para representar a Guapi en el Petronio en concierto. Logré ver las señoras que subían en los potrillos y me dio mucha alegría, pero no entendía tal acontecimiento. ¿Cómo es que ahora son cantantes y dejaron los manglares, pero al instante recordé que cantantes ya eran, sólo viven en otros lugares. Regresó el recuerdo de mi abuela cantando sus musicales y en seguida dije, claro, así se los aprendía, en paz descanses.
En ocasiones pienso que fue un sueño jugar en aserrín y asfalto de segmento, pues se hicieron mis piernas fuertes para bailar currulao y juga en todo momento. No importa si el río cambia, las señoras siempre olvidan su tormento. Eso lo hacen cantando, para que veas que no es un cuento.
Ésta es una publicación de VOCES DE RÍO Y MAR, compilación de escritos y poemas de poetas y poetisas contemporáneos de nuestra región.