
Texto por SILVIO M. SOLÍS SANDOVAL
Tal vez podría escribir otro capítulo idealista intentando exótizar culturas al estilo clásico de la antropología, pero prefiero mostrar la mía y como en realidad he vivido.
Nuestro rito de iniciación no podría ser menos curioso que las cartas de amor escritas a mano por los enamorados de los 80s.
Éramos chicos entre los 9 y 15 años de edad. Un día cualquiera nos levantamos con las ganas de aprender a construir una casa en madera como lo venían haciendo otros mayores, una dónde pudieran entrar nuestros débiles cuerpos y los de unos cuantos amigos de la misma generación, quiénes contribuían en la construcción, y los que no lo hacían, inventaban Urambas (un compartir) para ingresar. La casita, sí, así se llamaban y solíamos realizarle a un costado de la casa de nuestros abuelos, empleando madera que otros desechaban, algunas partes eran recolectadas en el monte (bosque) y otro tanto las que flotaban en el río, buscábamos los clavos (puntillas) en nuestras casas o en la madera desechada, la idea era construir. En esta casita nos reunimos entre cuatro y cinco primos, hermanos y amigos, le adornábamos con plástico, costales, laminas metálicas para el techo y un fogón que no podía faltar. El fogón por lo general se encontraba fuera de la casita para evitar el humo, y era este la clave principal de nuestro cortejo hacia las mujeres, porque era fundamental invitarles hacer Urambas o reuniones para compartir los alimentos y muchas sonrisas de por medio, que nos ayudaban a conocernos mejor.
Por otro lado, había una casita más grande que todas las otras en la que nos reuníamos todos los amigos, primos y hermanos, alrededor de unas quince o veinte personas. Era la casita de las Urambas diarias y no se permitían mujeres, hasta ahora comprendo que era una forma de mitigar el mal tiempo en nuestras casas, dónde cada uno de nosotros se encargaba de llevar un ingrediente para cocinar entre todos. Por otro lado, frecuentábamos distintas especies de árboles como el cacao o pepepan (el árbol del pan), que también servían para compartir en la Uramba. Cada día, a las 4pm estábamos todos listos para cocinar y planear cualquier actividad en la noche o el próximo día, y cuando no, estábamos en nuestras casitas más pequeñas, echas para enamorar, experimentar y compartir, haciéndonos cada día más grandes. SSS