
Poema por SILVIO M. SOLÍS SANDOVAL
Ho madre
que en este día sólo espera un saludo
en reconocimiento de su carga
que como tal ya no asimila.
Ho madre, a tí que no pudiste elegir el género, donde nacer y quien fuese tus padres y por ello respondes.
Ho madre, que perdiste la infancia donde todo era de colores, juegos, bailes y dulces de los mejores sabores.
Ho madre, tú, tú que nunca te quejas por la labor que cumples y los hijos reconocemos tan solo cuando nos toca realizar una tercera parte.
Yo siempre estuve en una nube diferente, empezando por ser el tercero de cuatro hijos varones, y cuarto si contamos a mi hermana que hoy también es madre. Hoy, mientras analicé mi infancia y no sabía por dónde empezar, descubrí que siempre estuve analizando a mí madre inconscientemente. Primero, no entendía que era eso de convertirse en tres, cuatro y hasta cinco. Pues, para mí era que ella se estaba mirando mis muñequitos y se quería convertir como Picoro de Dragon Ball Z que se multiplica con técnicas. Y después de entender que se trataba de picar los aliños para el almuerzo, mover la olla, lavar la ropa (a mano), enjuagarla, colgarla, vestirme para ir a clases al colegio y demás. Me costaba entender, por qué se quería ir lejos de nosotros. Hoy se me escapa una sonrisa, en este momento me dio mucho miedo. Ella solía decir un sábado en la noche: «Me les voy a ir y se van a quedar solos, van a ver.» Y ustedes no sabrán lo que se sentía el domingo en la mañana, cuando nos levantábamos y esa señora no estaba ahí, sí, en su cama. Todos con la mano en la cabeza, hasta las diez de la mañana, que de repente nos llenaba de felicidad con sólo cruzar la puerta y en sus manos dos bolsas que representaban el desayuno y el almuerzo. Ya presentíamos que se había ido a la misa de todos los domingos en la iglesia del pueblo, pero lo que mata es la duda ante la amenaza. Mi madre nos enseñó lo que se siente estar solos aunque fuese un momento no más. Más adelante nos entrenaría en lavar nuestra ropa. Por lo menos yo jamás volví arrastrar mis pantalones en el simpático lodo del pueblo. Después nos enseñó a convertirnos como Picoro, ya mis muñequitos eran reales, aprendiendo también hacer el desayuno y darle comida a los animalitos que teníamos (cerditos), recoger el agua del pozo para lavar la ropa, hacer las tareas de la escuela. Cada vez me sentía más grande y siendo cuatro hombres teníamos un arma secreta para ayudarnos con todo – nuestra hermana – la única mujer, porque mi madre era un hombre más (lo siento madre, así se veía). Aprendimos a barrer la casa paso a paso, no saben lo que representa, planchar la ropa sin sacarle filos, no, ¡eso ya no se ve¡. Para no alargar más el cuento y terminar llorando, el caso es que días como éste no se celebraban (día de la madre). Es más, ni los conocíamos sólo era comer, dormir, estudiar y lo que nos pedía ella, le ayudáramos un ratico y refunfuñando hacíamos.
Ho madre, que noche tras noche nos libraba del miedo a la oscuridad, de los dolores en el cuerpo, por travesuras en el día y las enfermedades que siempre atacan el cuerpo cuando éste estaba en reposo, como la fiebre de la gripa o alguna lección en el cuerpo.
Ho madre, que siempre está para sus hijos y es quien nos enseña que la vida sigue a pesar de todo.
Hoy quiero felicitar a todas esas madres guerreras que, como la mía, dieron todo para criar unos muérganos (hijos) de valores y disponibles a la sociedad.
Gracias madre. Tú – mi primer amor.
Ésta es una publicación de VOCES DE RÍO Y MAR, compilación de escritos y poemas de poetas y poetisas contemporáneos de nuestra región.